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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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mantener la facha. Luego chasqueó la lengua,

me sonrió y se pasó el índice por la gorja. Yo,

con disimulo y sin cerrar la navaja, le apunté

con ella a la entrepierna. Al fin y al cabo, ¿de

qué vale un gaznate si no hay pelotas que lo

aplomen?

Desde la galería, la señora de Estopiñán,

madrasta de aquel rufián con pintas, asistió a

la verdadera partida que tuvo lugar en su

patio. La dama, con las manos apoyadas en la

barandilla, miró a mi maestro e inclinó la

cabeza graciosamente; luego me miró a mí y

me cegó con una sonrisa blanca, llena de la

misma luz que tienen los amaneceres del

Edén. Pobre idiota, pensé que aquella sonrisa,

por venir de las alturas, era la un ángel.

Don Gaspar miró a los enanos con pena y

confusión. Parecían una piara arrodillada en su

cochiquera, tragando sin masticar los restos de

la mesa de un rico. Finita, con las manitas

apoyadas en el borde del barreño y con la

boca manchada de grasa y carmín, le devolvió

la mirada a su defensor. Luego bajó los ojos,

se encogió de hombros y siguió comiendo. El

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