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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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verdad. Lo que sí sé es que los villanos se

enfurecieron en muchas provincias porque los

mercaderes escondían el grano tras un año de

malas cosechas, especulando con el hambre

de todos. Y de eso se habló menos: no

querrían los ilustrados sombras para sus luces.

Ahí sí que había como para un motín, y no en

un truéqueme acá el chambergo por un

sombrero candilón. Como el trigo acaparado se

vendía muy caro —igual que el aceite de candil

y el tocino—, dijeron de darnos a comer

patatas, que era, por entonces, pitanza de

puercos. Así que la gente se alzó, pero más

por hambre que por los atavíos.

Aquellos desórdenes se arreglaron con una

patada en el trasero del ministro esquilador,

con otra en el de los jesuitas —acusados de

llamar a la rebelión— y con un despecho del

rey Carlos hacia sus hijos «tan queridos».

Convendrán sus mercedes en que no fue

pequeño el desaire que le hicieron los

españoles, poco dados a levantarse con más

frecuencia y rabia. Y motivos sobraban, con

tanta plata americana perdida en las cajas de

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