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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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—La tiene. Porque también se le meterá muy

dentro el deseo de probar de nuevo ese

desdén, que lo mantiene a uno en el afán de

cambiarlo por amor y rendición.

¿Dudan sus mercedes de que la prisión acabe

por trastornar a algunos cuerdos y rematar a

ciertos locos? Pues yo no. Y eso pensé al oír a

mi padre.

Don Antonio empezó a saltear los granos para

que no se pegaran a la paila. Me decía que

tales bayas tienen un flanco curvo y otro

plano, igual que los escarabajos; como si a mí

se me diera un comino la figura de aquellas

cagarrutillas. También me explicó que si se

deja que reposen en la sartén, el lado plano se

pega al metal y se acaban quemando.

Mientras mi padre removía las bayas, un olor

tenue a madera preciosa me asaltó la nariz. De

primeras, me disgustó por acre, pero, de

súbito, cuando mi olfato se recuperó de la

novedad, advertí una fragancia franca, sin

nada repulsivo en ella. Se diría que la fetidez

pastosa de celdas y corredores se disolvía. El

aroma de aquellas habas asadas mataba la

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