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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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descalabró al gigante. Parece mentira que sea

usted cura.

—¡A la mierda! Ya veo que te gusta jugar con

las palabras, como a tu patrón.

—Ya no es tiempo de juegos. Ni de palabras —

y me di la vuelta con intención de salir de

aquel sepulcro.

Y en eso se quedó: en intención. Dos presos,

seguramente menos pobres que la víspera,

nos cortaron el paso. Uno traía una puntilla y

el otro un rejón. Ambos venían con muchos

bríos y ganas de sobra de darnos matarile.

—No creo que hayáis tomado bien las señas —

los tuteó el cura—. No es aquí donde se

alancean toros, mis señores diestros. Aunque

llamar diestros a quienes vienen con tan

siniestras intenciones es como que fuera yo

cucaracha y llamase florecillas a mis crías.

—Cucaracha pareces, pues vas de negro —le

respondió el que empuñaba el descabello.

No pudo ser más impertinente la respuesta del

sicario; en su favor, diremos que el hombre no

venía avisado. Imagino que se acuerdan

vuecedes de aquel marinero inglés que usó

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