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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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arrabaleros que pululaban entre la

concurrencia.

Aquellos críos tenían los dedos tan prestos que

se diría que en cada yema les habían nacido

ojos. Alguno combinaba el murcio con el

candeleo, sirviendo lumbre a los que requerían

fuego y no portaban chisquero. De niño, yo

también me gané algún que otro realillo

corriendo de acá para allá con una jarra

desbocada en las manos, llena de brasas en

las que prendían los peatones el tabaco de

humo.

¡Fuego, fuego!, gritaban los

encendedores a todo pulmón. ¡Agua, agua!,

respondían los aguadores, con los cántaros a

la espalda y las cestas cargadas con vasos,

azucarillos y limones. Algunos de estos

acabaron en Madrid, haciendo famosos en la

Villa y Corte los pregones de los aguadores

gallegos, tan reconocidos, desde la Puerta de

Toledo hasta la de Santa Bárbara, como los

afiladores y los serenos de este país nuestro.

Entre tanto fuego y tanta agua, imaginaba yo

a Setaro tañendo la cítara en el tejado del

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