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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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insultó a mi dama y me privó de una deliciosa

taza de café al modo vienés. No fueron daños

menudos.

Querrán saber qué hizo el buen librero con lo

que arrampló del aparador. No crean que lo

compartió conmigo, tal y como le había

ordenado su pupila. ¡Pues menudo era mi

patrón cómo para acatar órdenes, así, de

buenas a primeras! ¡Quia! Nada más llegar a la

librería fue de casa en casa de sus vecinos,

inquilinos como él, regalando a los niños los

dulces que habían resistido su arranque de

furia y el traqueteo del camino. Era de verse

aquel espectáculo, con las madres llorando y

los críos mudos, incapaces de concebir lo que

sus ojos les contaban a los salivaderos de su

boca. Hasta el escribanillo de Tuy —orgulloso

como él solo por venir de una familia de

hidalgos pobres— quiso besarle las manos.

Está visto que no hay mejor almirez que el

hambre para majar a modo la arrogancia.

Hecha la caridad, me invitó a rebañar el fondo

de la bolsa, anegado de chantilly y

mermeladas. Él se conformó con un mendrugo

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