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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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fichas derrotadas y al alfil a derribar la torre a

bastonazos. Cuando se comían una pieza, la

encerraban en jaulas de montería. Los

mariposones, desternillados, se atragantaban

con las copas de vino y chillaban al quemarse

las casacas con los cigarros.

Cuando me volví a mirar a don Gaspar, temí

que la congestión lo fulminara allí mismo.

Hervía de furia. Justa. Legítima. Yo también.

—Finita, miña nena, ¿qué che fan? —musitó

mirando a la reina negra, Isabel de Inglaterra.

A la mujercita la habían coronado con una

mata de estopa. Tenía los labios

embadurnados de rojo y le habían tiznado los

párpados hasta dejarla medio ciega. Los

harapos le colgaban, por lo que aparecía ante

nosotros medio desnuda. Uno de aquellos

degenerados le agarraba los pechos cada vez

que la movía por el tablero y le restregaba la

bragueta por la nuca y la cara. Finita lloraba.

Pero aguantaba.

Don Gaspar Méndez, incapaz de soportar un

instante más aquella farsa bestial, me entregó

sus bártulos, atravesó el tablero y se fue a por

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