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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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atendían al de los mariscales que les pagaban

la soldada. Tampoco le hicieron ascos nuestros

reyes al mucho oficio de los marinos malteses,

bregados en las caravanas de la Religión de

San Juan.

Viene todo esto a que Maximiliano de la Croix,

como otros militares de entonces, estimaba la

conveniencia de entretener a nuestros

soldados extranjeros con óperas bufas en

italiano, francés o alemán. Se me antoja que

no quiso darse cuenta de que el enorme

granero alzado en el límite entre La Pescadería

y La Ciudad Alta, presto a llenarse de

bufonadas, era un desafío a la aristocracia

vieja y militar que miraba con desdén al

arrabal. Eso no podía acabar bien, por mucho

que el alegre virrey se empeñase. Y menos

aún con el temperamento de Setaro.

El napolitano era emprendedor, pagado de sí

mismo, glotón, sanguíneo y poco dado a

escuchar y ceder. Y tenía buenas piernas, más

dignas de una gacela que de un tragaldabas.

En Compostela tuvo que tomar las de

Villadiego: una legión de predicadores y

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