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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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la razón, si no la tenía ya perdida, no me

desprendí de aquellos conjuros. Una noche,

sentado en el suelo, apoyado en un

marmolillo, repetía insanamente los dos

guiños. Había enlazado mis zapatones,

abiertos por la punta como dos rapes, y me

aplicaba a mojar una colilla en un charco, a

bendecir a todo el que pasara por delante y a

chuparla luego con fruición. Les juro a sus

mercedes que me sabía a tabaco brasileño y a

la mejor infusión arábiga; luego dicen que los

locos no son felices. ¡Y más que lo seríamos si

nos dejaran en paz! Después, al grito de

¡Hasta cien no hay quien!, me llevaba la toba a

la oreja. Y volvía a la misma tema una y otra

vez —Xan bebió un trago y suspiró—. Los más

se reían, y los menos se apiadaban de mí; el

resto me escupía insultos y salivazos. Yo,

barrenado hasta el colodrillo, me desternillaba

con cada ronda de aquella chifladura. Hasta

que Fortuna, harta de burlas y desdeñosa con

los perdedores que se acuerdan de ella, vino a

regalarme un encuentro desgraciado.

—¿Y qué más desgracia necesitaba su

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