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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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pistola, que había dejado en una mesa,

confiado en sí y en el número de sus

cómplices. Buscando enconarme y sacarme de

quicio, sonrió baladrón.

La que dejó de reírse fue la pareja de la Milicia

Urbana, recostada en los peldaños de la

escalera que no llevaba a ningún sitio. Hasta

que yo irrumpí en la tienda, admiraban la pipa

de arcilla de don Gaspar, atreviéndose a

chupar en ella como chupa un saqueador la

boca de la que viola. Otros, al fondo,

expoliaban las estanterías entre palmaditas y

chillidos femeniles. No eran guardias, sino dos

chuchumecos de la camadita de Agustín. Ya

tenían las bocas abiertas cuando yo entré,

admirados por el paquetillo de hojas de La

Enciclopedia que el librero atesoraba. Y

siguieron boquiabiertas las pobres gacelillas,

pero con la color mudada al ver llegar al tigre.

—Así me gusta a mí ver a mi rebaño: juntito y

pendiente de su pastor —oí al cura detrás de

mí.

—Hoy no veo pastor ninguno —le corregí.

—Tienes más razón que un santo, Yago.

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