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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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negocios que, poco a poco, se me fueron

desvelando. El cura me arrebató la cesta sin

contemplaciones y los cachorros gañeron del

susto. Diré ahora, por si no ha lugar después,

que eran dos spaniel. Son tan falderos esos

perros, que uno de esa raza se le metió entre

las sayas a María de Escocia cuando le dijeron

Señora, esté es vuestro verdugo y ella inclinó

la cerviz, aunque no por cortesía. El pobre can

anduvo muy desorientado después del tajo,

pues no sabía si llorarle al cuerpo o a la

cabeza de su ama. A más de falderos, me

parecen canes de mal agüero, porque el rey

Carlos, nieto de ella, le tenía mucha afición a

esa raza y acabó tan descabezado como su

abuela.

En cuanto la rubicunda vio al sacerdote, se le

echó en los brazos, fingiendo un llanto que

encogía el ánimo. El mosén la abrazó con un

énfasis que hubiera tenido mejor causa en una

noche de bodas que en un funeral. Y allí se

quedaron un rato, como si al padre Verboso se

le hubieran ido las prisas. Mucho me temo que

no fueran capaces de separarse con la

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