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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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con ella, no era mi madre. Hasta ese día.

—Santiago, filliño, dalle o adéus a teu pai...

Carmeliña me miró a los ojos, se apartó con

recato y dejó que yo le estrechara la mano al

pobre moribundo. La desolación que sentí no

me dejó hablar. Yo sabía fanfarronear y

provocar una riña; discutía con cualquiera, con

más saña todavía si no llevaba razón; a ratos,

era ingenioso; y, borracho, mi lengua

mandaba sobre mí. Pero, ¿qué se le dice a un

padre que se muere?

—Santiago —se adelantó él—, ¿sigue su

merced tomando café?

—Sigo, padre, sigo.

—¡Como ha de ser! —y, al decirlo, le vino una

tos.

—No se canse...

—No voy cansado, hijo, ya voy rendido. Sólo

quiero que me prometa una cosa...

—¡Dígame cual!

—No me interrumpa, que en una de estas me

voy. Ya veo que no aprendió a dejar hablar.

—¡Perdóneme, perdóneme!

—Hijo, quiero que me dé su palabra de que

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