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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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faltasen atributos naturales, sin tramoya

ninguna bajo las cotillas y las enaguas.

Tampoco es que se mostraran siesas en el

trato con los varones. ¡Quia! El caso es que

Maximiliano de la Croix, el protector de Setaro,

no tuvo mejor ocurrencia que la de morirse. Y,

en el interín, heredó el cargo otro Croix, un

conde al que no le gustaban las bufonadas

italianas. Con tanta Cruz por en medio, no les

extrañe a sus mercedes que la primera

aventura de Setaro en Coruña fuese un

calvario.

Es el caso que el conde se valió de una

zapatiesta en el corralón para liquidar la

empresa de su despreciado payaso. El padre

Verboso nos contó una vez lo que de verdad

pasó. Fue en la primavera del sesenta y

nueve, en una función de Carnaval que casi

acaba en entierro, y no en el de La Sardina.

Pueden jurar que Armengol Santabárbara no

se quedó al margen; y es que, durante mucho

tiempo, fue como el perejil de todas las salsas.

De las echadas a perder, digo.

En lo tocante a la risa, a los ilustrados les pasa

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