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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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sonarse los mocos. Don Gaspar, por su parte,

me fulminó con el gesto.

—Pueblo maldito, camada de Satanás, que

profana con sus pezuñas la gruta donde nació

Jesucristo y la catedral de Santa Sofía —

sentenció Janeczka de Estopiñán—. Los turcos

toman café como tocó la flauta el asno de

Apuleyo.

Y, dicho eso, levantó una ceja y miró a

Paulina. La doncella cogió mi cuenco, levantó

la barbilla y, con aire de taco, se la entregó al

esclavo. Pensé que me quedaría a dos velas

por despreciar un chocolate en aquellos días

de hambre.

—Echo de menos el café —y sonrió

melancólica la joven dama.

—Discúlpeme su merced la impertinencia, pero

si es capaz de ordenar semejante banquete en

estos tiempos de penuria —y señaló el

aparador—, se me hace increíble que no llegue

el café a las alacenas de esta casa.

—Discúlpeme, don Gaspar, me he explicado

mal —y Janeczka sonrió y midió a su

maestro—. ¿Ve como se me hacen muy

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