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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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repartirse la recompensa que suponía darían

por mí. Así jodería a Armengol, pensó la daifa,

sin importarle que, de paso, me jodiera yo. El

mosén le adelantó un dinerillo a cuenta de la

recompensa y se fue, a lomos de su mula, al

rancho de Tabares. Tumbó la puerta, me echó

sobre la bestia como un saco y buscó una

chalana en la que llevarme hasta los varaderos

de Santa Lucía.

Pasé dos días escondido entre salazones y

pipas de aguardiente. Ellas —y yo en esos

días— estábamos a cargo de un tal Dídac

Fonollosa, que en castellano viene a ser Diego

Hinojosa. Me encontraba en el mero corazón

de la ciudadela almogávar que el cura juraba

odiar.

—El Estopiñán viejo ha revuelto Roma con

Santiago para dar contigo, Yago.

—¿Y por qué no me ha entregado su merced?

—le pregunté.

—Porque yo, al contrario que el felón de

Santabárbara, soy leal a mis amigos.

—Gracias, padre —y lo dije de corazón.

—No te ufanes de lo que no te corresponde.

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