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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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tamaño de un corazón. El alma se le debió de

caer en un charco y, por no mancharse los

zapatos, allí la dejó. Después de conocerlos,

juntos y por separado, renegué para siempre

de ese refrán que afirma que quien a los suyos

se parece, honra merece, y adopté otro más

atinado: Si hideputa el padre e hideputa el

hijo, puta la estirpe que les da cobijo.

Los cuatro —el par de nicolases, Agustín y

yo— fuimos actores de una misma tragedia, la

de mi mocedad. Y acabamos haciendo mutis:

dos con viento fresco, un tercero al Infierno y

el cuarto al Purgatorio. Pero ahí ya llegaremos,

porque veo que les abro a sus mercedes

muchos frentes y eso no hay Mambrú que lo

aguante.

A la difunta madre de Agustín, la primera

señora de Estopiñán, la mataron de a poco —

envenenándola— dos sicarios de su marido:

Desprecio y Soledad. Al enviudar, el burgués

se casó con una mujer treinta años más joven.

Era tan bella como el primer amanecer del

mundo, aunque no tan limpia y virginal, por

muy polaca y católica que fuere. La culpa de

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