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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Quien así desafiaba a la autoridad era mi

señora, a la que yo aún no conocía. ¡Y por los

clavos de Cristo que estaba como para

repasarla de norte a sur, sin olvidarse de

ninguna de sus longitudes y latitudes! Iba de

negro riguroso, en consonancia con el respeto

debido a su tía, que en paz descansara, allá en

el lugar de fábula donde la hubieren creado y

matado los embustes de Armengol. Pero el

luto terminaba más abajo del nacimiento de

sus pechos, cuya blancura globosa quedaba

partida por la línea profunda y oscura de un

divino canalón —canalillo no le haría justicia—,

muy descuidadamente cubierto con un soplillo

que nada escondía. El cuello, largo y

desafiante, mandaba a la barbilla apuntar a

aquellos dos como apunta un bandolero al

pescante de una diligencia. ¡Y qué barbilla, por

el virgo de María Santísima! Partida en dos,

como los pechos, por el hoyuelo más tentador

que jamás hubiera visto yo.

Se presentaba pelirroja, adornada con un

nimbo de rizos abundantes y vigorosos, guapa

y malvada, como me gustan a mí las mujeres,

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