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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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atrás una fabulosa cantidad de habas para

camellos. No sabiendo qué hacer con ellas,

preguntaron si alguien las quería. El polaco

sagaz levantó la mano el primero, sin dejar

pasar la ocasión. Cierto que no se le pudo

decir ¡Tarde piaste!

¿Cómo no había de saber el bueno de Jorge

Francisco qué era aquello, con tantos platillos

como sirvió cuando era dragomán entre los

otomanos? Ya se maliciarán vuesarcedes que

no era forraje para bestias, salvo que

tengamos a los turcos por acémilas. Lo que los

sacos contenían era ébano líquido. O la

potencia de serlo, mejor dicho.

—Mi compatriota abrió una casa de café junto

a la catedral y la bautizó Die Blaue Flasche: La

Botella Azul, para que me entendáis —aclaró la

señora de Estopiñán.

Kulsiski ofreció café a los vieneses que podían

pagarse una taza. No debían de ser muchos,

después del terrible asedio; ni debían de estar

los ánimos como para hacer los honores a la

bebida nacional de quienes quisieron arrasar la

ciudad y matar o esclavizar a sus ciudadanos.

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