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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Azuzado por el éxito y la perspicacia de su

criado, el polaco atendía las mesas tocado con

el píleo de fieltro y vestido con los bombachos

de seda y las babuchas de punta curva de un

otomano. Así, los parroquianos se regocijaban

con la fantasía de que no solo habían vencido

a los turcos, sino que ahora tenían uno a su

servicio. Para remate, el avispado comerciante

mandó amasar unos bollos con forma de

media luna.

—La gente de Viena se hacía la ilusión de que

devoraba un estandarte infiel —nos explicó

Juana—. Dicen que Jan Sobieski, nuestro rey,

se tragó, mano a mano con su caballo, diez

sartenes de ellos.

—No conozco tales dulces —la interrumpió don

Gaspar.

—Mandaré que le lleven a usted una cesta. Los

franceses les dicen vienesas, pero en Viena los

llaman cruasáns —cerró ella.

Y entonces, como si hubiera acechado ese

momento, tal y como un actor espera el pie

para entrar en escena, Paulina avanzó

sujetando un azafate prodigioso. Sobre él

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