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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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fogonero del Infierno, cogió un tizón de la

estufa y lo echó en la olla. La cocción empezó

a sisear, como si dentro hirvieran bogavantes,

o pecadores sin redención. El morabito sacó el

rozo con unas tenazas.

Con gran esfuerzo de sus manos reumáticas, y

ayudándose con una bayeta, don Antonio

agarró el caldero y vació su contenido en una

jarra de loza. Lo que de ella cayó después no

era otra cosa que betún derretido. Mustafá me

llenó una taza que yo acepté con más miedo

que vergüenza. Amo y criado sonreían al

observar mi aprensión. Se miraron cómplices y

procedieron a verter una porción del mejunje

en sendos platillos. Sorbieron de ellos y,

cerrando los ojos, chasquearon la lengua con

fruición.

—Dice Mustafá que así lo toman los turcos —

me ilustró mi padre.

—¡Que la Virgen del Rosario me ampare! —

solté yo— ¿Quién puede beber alquitrán más

que un par de demonios!

Seguía con el pocillo en la mano, sin

atreverme a posar los labios en el borde.

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