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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Viene el preámbulo a que esas criollas —

tentadoras hasta decir ¡basta!—, que acudían

a los oficios en la catedral de Chiapas, en la de

Santa Prisca de Taxco o en la de Popayán,

llevaban tras de sí una decente provisión de

chocolate. Y digo tras de sí porque unos

famulillos morenos, vestidos con libreas

plateadas y tocados con pelucas blancas,

cargaban chocolateras y azucareros,

mancerinas y jícaras, copas y vasijas de agua

para el santo refrigerio de sus dueñas. Otros

criados empuñaban quitasoles y flabelos; y

meninas tan hechiceras como La Malinche que

encandiló a Cortés cuidaban de falderillos

orejudos como murciélagos y lampiños como

ranas. Cerraban tales comitivas pajecillos con

almohadones y cojines, tronos mullidos para

las nacaradas pompas de sus dueñas.

Y no eran por capricho las cabalgatas aquellas,

aunque les parezca mentira. No de otro modo

hubieran podido salvar las criollitas la docena

de pasos entre el atrio y la nave del templo.

Leí una vez una crónica del dominico Tomás

Gago —espía y corsario a favor de Cromwell—

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