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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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de los güitos que yo hacía crujir; la única luz,

la del ojo encarnado del brasero, afincado en

el suelo entre los tres. El resto de la estancia

era oscuridad, humo y aromas. Y de súbito

estalló un trueno como el que avisó a Noé de

que fuera zarpando anclas. De vaina no se me

sale el corazón por la boca.

Ahí rompió a susurrar el fusilero, poniéndome

firmes todos los pelos del cuerpo, y de la

misma lengua si los hubiere tenido allí. Les

juro que prefiero una noche de truenos y

centellas en el corazón de un cementerio que

el recuerdo del hilo de voz espectral de aquel

invitado. Parecía poseído, pero no por el

espíritu del uisguei, sino por todos los

condenados que el ama Gumersinda veía en la

escalera tapiada. Así empezó a contar su

historia. Debía de ser cierta, porque lo juró por

la salud de sus bastardos.

—Si digo que fui un tahúr contumaz, me

quedo corto. Le doy mi palabra, mi buen don

Gaspar, y a ti también, malandrín —y el

irlandés me señaló sin abrir los ojos—, de que

los naipes, recién salidos de fábrica, soñaban

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