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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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que es el nombre que se da a las trampas

floridas. Como de tonto no tenía ni las

intenciones, tomó en consideración prevenir

los acasos que su finura con los naipes le

pudiera traer. Y cambió de aires: los

salutíferos de la campiña irlandesa por los

pestíferos de Londres.

Una vez en la capital de la perfidia, se convirtió

en el príncipe de los tahúres de la Strand,

acompañado —era guapo y afortunado— por

un cortejo de rameras que no lo tuvo igual

Nabucodonosor. También le sobraban los

entretenidos que vivían del barato; por una

propina le traían tacillas de café, emparedados

de pernil al modo de Sandwich, empanadas de

riñones y, si le urgía, la bacinilla. De milagro

no le sacudían el basto al terminar de orinar.

Con maneras tan serviles, le evitaban dejar,

siquiera por colmársele la vejiga, una partida.

Un garitero de Drury Lane, cockney hasta las

mollejas, advirtió en un plis la habilidad del

mozo, así que le dio puesto y crédito con la

condición de que se metiera sólo en lances de

sangría lenta, convenientes para tener a los

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