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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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creer a los míos que había visto a un fugitivo.

Todos corrieron en aquella dirección, armando

más ruido que en jolgorio de Moros y

Cristianos. Ahí, amparado por la niebla, me

fugué.

Había tenido la precaución de cargar sus

ganancias en el morral y de llevarse de la

intendencia unto y panes. Con ellos, y con sus

antiguas mañas, se socorrió hasta llegar a

Compostela. Entró en la catedral como

peregrino, y salió de la ciudad como granadero

del Regimiento de Mallorca, en el que había de

todo salvo mallorquines. Y de ahí, a Coruña,

donde la codicia terminó la obra que la locura

empezó.

—Lo demás, ya lo sabes. Hasta lo del pánfilo

de tu librero. Buenos reales le saqué, al muy

panarra, por los pergaminos que tú le

regalabas.

Me alcé y quise romperle el alma, con el

resultado de que me rompiese él los morros.

—¡Alto ahí, jaquetillo! No tomaste tanta leche

de las ubres de tu madre como para cogerme

dos veces desprevenido. ¿Creías, de verdad,

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