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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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el mosén:

—Sus nalgas eran tan firmes y salientes que

allá donde las otras tienen la rabadilla, ella

tenía un mueble tocador como para disponer,

en orden y bien asentados, todos sus afeites y

fragancias. ¿Qué cristiano, ante la visión de

semejantes posaderas, podría reparar en sus

tetas? Pues yo lo hice, y que Santa Águeda me

perdone, porque les juro que, aunque

alimonadas en su forma, aquellas peras

bastaban en su volumen para tener

entretenidas las dos manos —y las del cura

eran colosales—. Ni yo pedía más, ni podía

estar más satisfecho, pues, para mí, teta que

la mano no cubre, no es teta, es ubre. Y las

ubres, para los vaqueros, que yo, lo que soy,

es pastor.

La belleza de Micaela era aún más inquietante

que la de una mulata al uso, pues nació de

india y africano, o sea, zamba. A decir de

aquel putero sacro, hacía daño oler su aroma,

mezcla de la lima selvática y del comino

perenne de la piel de los negros; su visión

resecaba los ojos, incapaces de cerrarse y

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