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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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abajo. No terminaba él de agonizar cuando ya

estaba yo en su dormitorio, soltándole mil

ternezas a mi cuñada, que no dejaba de

preguntar por su marido sin saber que ya era

viuda. ¡Hasta que le grité que ya no había

esposo ni hermano, sino mi verga para que

disfrutara de ella y mis pelotas para hacer de

tope! Cachondo como iba, no tuvo la adúltera

arrepentida mejor ocurrencia que hacer

escándalo y lamentar que me hubiesen parido.

Como si fuera la primera vez que nos

revolcábamos en su tálamo...

Armengol, o como se llamara, se olvidó de mí.

No era una conversación lo que nos traíamos,

sino un soliloquio del que no se desprendía ni

una pizca de arrepentimiento. Al hacerme

partícipe de tal horror, el infame alimentaba el

que yo traía. Empecé a sudar y a darme

ánimos para tomar las de Villadiego. Pero el

monstruo debió de apercibirse, porque le echó

la tranca al cubil. Temí que buscara el desquite

por la patada que le regalé en aquel mismo

chamizo.

—Cierro para que nadie entre. Y ahora, si a su

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