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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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de que sea yo quien le ponga las cadenas.

Gaetano tiró de mí. Mientras me llevaba en

volandas, miré atrás: Setaro se acariciaba la

mejilla en la que yo le había plantado el beso.

Casi diría que se le escapó una lágrima. Nunca

más volví a verlo. Con los años supe de él; y

entonces se me escapó a mí el llanto.

Desterrado de Galicia, donde su soberbia le

hizo ganar pocos cuartos y muchos enemigos,

acabó en Bilbao. Allí lo acusaron de cometer

pecado nefando —sodomía o algo por el

estilo— y dio con sus huesos en una

mazmorra. Pudo ser la humedad infecta de su

celda, aliada con la fatiga de vivir entre gente

que no le entendía, pero el caso es que murió

sin recobrar la libertad. Descanse en paz o,

como decían sus antiguos paisanos, que la

tierra te sea ligera, dómine Setaro.

Gaetano me metió en el rancho de los

vestuarios, abatió una torre de cestones de

mimbre que se alzaba contra la pared del

fondo y dejó a la vista una portezuela, más

bien una gatera. La abrió y me lanzó por ella.

—Buona fortuna, ragazzo! —fue su despedida.

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