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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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mocedad saber quién lo había parido a uno.

Les faltarían números a vuesarcedes para

contar las criaturas que amanecían entre

verduras y frutas, y no porque fuesen hadas,

sino porque las abandonaban al calor hediondo

de las berzas que se pudrían en los basurales.

O al frío de los atrios y zaguanes, en una

patela por moisés y sin más amparo que una

manta raída.

En esta noble capital —no la llamen villa, eso

queda para Betanzos y Ferrol— las cosechas

de expósitos eran más abundantes que las de

panes. No ha de extrañar a nadie, con tanto

militar para tan poco cuartel. Muchos de los

que venían a Coruña a servir al rey eran

alojados entre las familias más humildes, que,

a regañadientes, tenían que racionar sopas y

yacijas. Cuántas hijas de pescadores y

artesanos no se habrán echado a perder en el

trato con tanta milicia huésped; y cuántas

criadillas, llegadas de las aldeas por ahorrar

para la dote. Y vaya si se la ahorraron, porque,

después de quedar grávidas, nadie se tomó la

molestia de cargar con el flete que les habían

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