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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Pero a aquel espantajo no se le fueron las

aprensiones del tahúr que una vez fue.

Cuando Sean Green jugaba, no permitía que

nadie lo distrajera de un par de guiños que le

dedicaba a Fortuna, la veleidosa. Uno era

anudar entre sí los cordones de unos

zapatones de colegial que siempre llevaba

puestos. Con ese lazo tendido entre ambos

pies, afirmaba su intención de no levantarse

de la mesa hasta arruinar a todo el que

mostrara el valor o la insensatez de compartir

tablaje con él.

La otra extravagancia era la de tomar un

cigarro como si fuera un hisopo, mojarlo en su

taza de café y bendecir la mesa con el líquido

negro. Luego chupaba la punta mojada, se

colocaba el tabaco en la oreja y juraba: ¡Hasta

cien no hay quien! Con ello prohibía fumar en

su presencia hasta que él ganase los cien

primeros chelines. Los rufianes que lo

escoltaban obligaban a los temerarios a

comerse los cigarros si tenían la osadía de

encenderlos antes.

—Aunque desahuciado y a un tris de extraviar

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