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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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el reflejo del que me hablaba. Era largo como

mis horas frente a los pasteles y fornido como

si se los hubiera tragado todos. Por la casaca

marfileña y los calzones encarnados, supe que

militaba en el Regimiento de Mallorca. Su

acento era forastero, como el de casi todos

sus conmilitones.

—¿Te hace un mitj i mitj? Yo convido.

No entendí qué era eso. Y, tozudo —don

Gaspar decía que mis ideas nacían con

garfios—, no di mi brazo a torcer.

—¡Ningún michimichi! —le respondí sin mirar—

Lo que yo quiero es un almendrado.

—¡Pues no se hable más! Sea, pues, un

almendrado —y, dicho esto, el soldado entró,

confiado en que yo iría detrás.

—¡Senyora Pilar! Faci vosté el favor i posa-li al

xiquet un almendrat, que sembla que té molta

gana —no entendí nada, pero me di cuenta de

que se manejaba en la pastelería con mucha

confianza. Volvió al castellano—. Y súmele a la

galleta una jícara de chocolate, para que la

trasiegue bien. Para mí, lo de siempre, ya sabe

usted.

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