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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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El teatro del napolitano disponía de unas pocas

filas de bancos, inmediatos a la orquesta, para

asiento de ilustres de medio pelo; los de pelo

entero tenían camarotes familiares por abono.

El resto disfrutaba de las bufonadas tal y como

hacen guardia los buenos centinelas: de pie y

atentos a no perder verso.

La tropa de asalto entró en el corralón de a

dos, con paso de instrucción, haciéndose lugar

con los codos y las punteras. Mire usted qué

casualidad que, el día que nos ocupa, los

milicianos urbanos encontrasen mejor

menester que el de guardar el teatro. Los

granaderos atravesaron el vestíbulo, desfilaron

por la platea y terminaron por plantarse

firmes, como para revista, a pocos pies del

primer banco, de espaldas al escenario. No

llevaban corneta de órdenes porque contaban

con los vientos de la orquesta. En

consecuencia, el más joven de todos agarró

por la guirindola a un músico y le arrebató el

instrumento. No necesito explicar lo apurados

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