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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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la dosis que la dama requería y la pasó por un

tamiz de trama de oro y bastidor de ébano. El

criado depositó el montoncito de tabaco

cernido en un azafate de cristal de roca y se lo

presentó a su dueña. Por dos veces, Janeczka

colmó una cucharilla y, ayudándose con ella,

aspiró una pulgarada. Luego se limpió las

virutillas con una patita de liebre y estornudó

en su pañuelo de blonda. Con otro limpio que

el negrillo le alcanzó, enjugó una lágrima. Al

reparar de nuevo en nosotros, tenía el mismo

semblante mundano con el que nos dio la

bienvenida, como si volviera de tomar los

baños, y no de un sofoco. Pero mi maestro ya

estaba picado.

—¿Soléis tomar tabaco a diario?

—Suelo. Las jaquecas me obligan —y frunció

boquita y ceño a un tiempo.

—Ahora disculpadme a mí la franqueza,

señora, pero me parece una afición muy poco

lucida para una mujer de vuestras prendas...

—¿Os parece más lucida en vuestros filósofos

o, por ir más allá, en los confesores

españoles?

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