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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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puntapiés que su doncella me propinaba. Sus

chillidos y mis voces gruesas acallaron la

música del tablado y dieron pie al bullebulle

escandalizado de la platea. Y, de súbito, se

abrió de golpe la puerta del aposento.

—¿Qué pasa aquí? —gritó Agustín de

Estopiñán.

—¡Lo que me faltaba! —aullé— ¡Éramos pocos

y parió la mula!

Paulina se abrazó a sus rodillas y Janeczka

quiso echarse en sus brazos, buscando que su

hijastro la defendiera. Pero Agustín apartó a su

madrasta.

—¡A ti, que te defienda mi padre! O que te

meta de clausura. Si impido que te lastimen,

es porque le perteneces. También le

pertenecía aquel perro que se quedó sin

venganza; no creo que seas mejor de lo que

fue él.

Y el primogénito de los Estopiñán levantó a

Paulina y le acarició la mejilla. Después la

mandó ponerse detrás de él y se encaró

conmigo. No presentaba yo la estampa de un

enemigo temible, con los calzones sujetos a

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