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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Y menguaba alguna que otra onza al soltar

aquello y quedarse aliviado. Si, tras vomitar

esa porción de rencor, le volvían las bascas, su

odio viraba contra el Principado de Cataluña.

—Fábrica de quejicosos, vivero de un

descontento más propio de mozos que de

hombres; plantación de mercenarios con

ínfulas de nobleza, pero más rústicos que un

garbanzo; país donde los segadores se las dan

de condes —gruñía el mosén—. Y encima

ojean por arriba del hombro a los que no

hablamos ese latinajo suyo de comedores de

gachas calientes.

Para las fechas de las que hablo, los

salazoneros catalanes estaban ya asentados en

el arenal de la Palloza, extramuros de la

ciudad. Desde allí exportaban a Cataluña toda

la sardina que cogían al arrastre, arruinando a

los marineros de casa.

—¡Almogávares sañudos y pestíferos!

¡Saqueadores de la riqueza ajena! —se

desgañitaba el mosén— ¿Cómo permite el rey

que esos traidores a la causa de su estirpe nos

roben a nosotros, que fuimos súbditos leales

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