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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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añoraba las clavículas de la zamba Micaela,

cuencos bellísimos que el cura rellenaba de

vino de Pajarete. Por eso suspiraba con

resoplidos porcinos mientras cubría de

manteca un frito de pan blanco. Que se le

echara encima la melancolía era de verse, un

espectáculo que ni los de Farinelli. Al ponerse

morriñento, el cura perdía el gesto taimado y,

al hablar en gallego, se le dulcificaba la

lengua. Pero tal día, la morriña le duró un

pestañeo.

—Así que os ha gustado ese alquitrán al que

llaman café —me soltó en castellano y a

contrapelo.

—Me gustó, me gustó —atiné a responder.

—Armengol, mirad si tenemos por ahí

palmacristi, que voy a purgar al rapaz.

—¿Por las bravas? —el granadero sonrió y se

retorció un cabo del mostacho.

—Si Dios no lo remedia.

Llamar palmacristi a lo que pidió el cabrón del

cura no le mejora el sabor ni los efectos,

porque no es otra cosa más que ricino. Pensé

que andaban de broma. Y me reí con ellos;

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