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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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alimentar ilusiones con el soplo de un leve

cefirillo.

¡Con qué indecible gracia,

Tan varia como fácil,

El voluble abanico,

Dorila, llevar sabes!

Lean, si no lo han hecho, estos versos de

Meléndez Valdés y se harán una idea del

catálogo de tormentos que aquellas

verduguillas podían componer con unas varillas

y un país ilustrado con escenas de amor.

¡Qué suplicio!, si la bella se cubre el hombro

derecho con el abanico. Te odio, grita muda.

Bendito el odio si la alternativa fuere la

indiferencia, señalada por un abanico cerrado

que, en la distancia, apunta al suelo. En

cambio, dichoso aquel que, anhelante, observa

como la baraja cerrada al competidor se alza

hasta reposar en el blando cojín del pecho

deseado, trocado el aleteo del abanico por el

de las pestañas de la bella venerada. ¡Siempre

contigo!, declara esta seña. En su antípoda, un

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