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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Pero en vez de abrirlo en canal, el padre

Verboso le abrió la frente tirándole a la cabeza

la linterna ciega que nos alumbró desde San

Jorge.

—¡¡¡Estas sí son luces, y no las de Diderot!!! —

gritó el cura castizo.

El alcahuete cayó con las patas p'arriba,

lanzando, como almajaneque moruno, un

zapato al aire. Para entonces, los milicianos se

habían echado ya a por sus mosquetes,

apoyados contra la pared al pie de la escalera.

Pero el Hércules con sotana que me cubría las

espaldas y que hacía por cuatro guardias,

apoyó las manos en un mesón de libros de

don Gaspar y lo empujó con la mitad de sus

fuerzas. Y digo con la mitad porque si hubiera

sido con todas ellas, habría partido los fusiles y

derribado la pared que los sostenía. Puesta en

el cepo la mosquetería, los de la Milicia

quisieron echar mano a los sables.

Pero ya les iba yo encima, posando de nuevo

el almirez y armándome con lo primero que se

me vino a las uñas. Fue el globo de mi

maestro, con el que me llevó de viaje en

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