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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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que resultó ser un pelucón taheño muy bien

armado, con lo que descubrí que de pelirroja

nada, sino de cabello tan azabache como la

piel de un topo. Sin dejarle recontar la plata, la

andariega pelinegra se enroscó en el

granadero con el ansia de una boa

tragavenados y le chupó la boca como si fuera

a sacarle los pulmones a sorbos. El cura los

separó sin contemplaciones.

—¡Hijos míos, para folgar, primero hay que

cotizar! Vamos a tasar lo que esta mocita

cargaba —y me pellizcó la mejilla—. Tanto nos

dio el hereje, tanto hay que regresarle, si no

queremos que nos echen del gremio y, a

mayores, seguir vivos.

Armengol torció el gesto, pero se avino. Los

contrabandistas recontaron las piezas y las

guardaron en un doble fondo del entablado.

Yo, por mi lado, recuperé camisa y calzones,

casi tan falto de resuello como esotras veces

en las que cometía mis fechorías de mocedad.

Cuando la excitación empezaba a remitir, el

padre Verboso me regaló otro sofoco.

El cura sacudió los puños, y lo que llevaba

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