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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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era un reproche a sí mismo de la talla del

Mulhacén. Así se marchó, dejándome al

cuidado del tal Dídac, que me sanó con

ponches de vino gerundense, azúcar y huevo.

También me harté de sardinas arenques. Mi

padre me enseñó a comerlas envolviéndolas

en un papel y aplastándolas en el gozne de las

puertas; así perdían la rigidez y se les caía el

sobrante de sal y la escama.

No caté señal del padre Verboso en dos días.

Cuando volví a verlo, anochecía; traía los

párpados hinchados y los ojos irritados. Me dio

vergüenza preguntarle si había llorado. Pero

yo creo que no hablé porque un

presentimiento oscuro me embargó el habla.

—Me equivoqué, Yago, me equivoqué. No lo vi

venir —soltó el cura con la voz quebrada—. No

fueron a por don Gaspar...

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MISERICORDIA PARA NADIE

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