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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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Picados en lo que de galantes pudieran tener

aquellos dos verracos, se descubrieron ante el

coraje y la pena de ella y le devolvieron la

cesta de los perrillos con la misma compunción

y reverencia que si fuera el cofrecillo del Santo

Prepucio. Mi dueña me mandó recoger el bulto

y salir a su vera con los dos guardias

escoltándonos, el del cigarro delante y

encelado y el cabo detrás, disfrutando de las

vistas y babeando. Y así de bien guardado

anduve, a pasitos cortos, hacia la goleta.

—Estabas a punto de irte de la lengua, felón

—me susurró ella, que tenía pinta de

extranjera, pero aire de maja.

—¿Yo? ¿Cómo se le ocurre? —fue mi pobre

defensa.

—No se lo diré a Armengol, porque te cortaría

la resbalosa. Pero, si algo sale mal por tu

culpa, te juro por la Santa Patrona de todas las

Perdidas que yo te arranco los huevos. ¿Me

explico?

—Como un Nebrija, mi señora, como un

Nebrija —y me faltó babear y ponerme panza

arriba.

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