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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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merced no le importa, terminaré el cuento. No

haber preguntado si no quería saber...

—¡Yo no pregunté! —me excusé.

—No me contradigas, Yago, ni me contraríes

—y me tiró con fuerza de una oreja—. Poco

pollo te me haces, para tanto arroz como soy

yo.

Quise rebelarme, pero el granadero sacó una

puntilla que guardaba en la bota y me puso

firme. Con una sonrisa loca en los labios y los

ojos entornados continuó con la monstruosa

historia de su vida.

Después de confesar su crimen ante la viuda,

aquel Caín la abofeteó hasta dejarla

desmayada y luego la poseyó con la furia

irracional de un egipán. Cuando se dio por

satisfecho, prendió fuego a las sábanas y

escapó. Armengol volvió sobre sus huellas y

atravesó el mismo puente malhadado; antes

de seguir, se aseguró de que el muerto

siguiera en el fondo del barranco.

Por el camino asaltó a un fraile mendicante, lo

estranguló con su propio cíngulo y le robó la

ropa. En un pueblo mandó que le afeitaran la

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