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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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sangre del rostro. Enflaquecía con cada

aliento, sofocado como si Londres ardiera de

nuevo por sus cuatro costados, de Pudding

Lane a Smithfield. El guapo tahúr, que también

tenía sus cartas del revés, las puso boca

arriba. Y creyó morir, arrastrado a las calderas

eternas por la legión de afligidos a los que

envió a beberse el Támesis o a morder el

cañón de una pistola.

—Las figuras de los naipes cambiaban de

forma ante mí como elfos burlones, sin que yo

me atreviera a ponerles una mano encima.

Sentía los ojos resecos, y no por las muchas

horas jugando o por el humo del tabaco, sino

porque estaban a punto de salírseme de la

órbitas. Cuando las figuras dejaron de rodar,

llenándome de culpa y pavor, había en ellas

más reyes que en los nichos de Westminster.

Salté como si la baraja fuese nido de viruelas,

derribando silla y azafate, botando por tierra

tazas y cafetera. Miré al levantino y él, sin dar

la vuelta a sus cartones, los arrojó al centro de

la caudalosa pirámide. «A veces, hay que

perder una mano para ganar un alma»,

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