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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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todo. Por si tales argumentos fueran pocos y

endebles, el padre Verboso daba alas a mi

rebeldía con una sentencia que a don Gaspar

lo ponía a mascar ajos:

—Yago, has de saber que los filósofos se

pudren como el pescado: empezando por la

cabeza —soltaba el abate vocacional.

—¡Y usted es tan profundo como un charco,

mosén del Infierno! —le respondía mi

maestro—. No le diga esas cosas al mozo, que

él aún tiene remedio.

Yo creo, las cosas como son, que ya no lo

tenía. Porque, a mí, lo que me privaba

entonces era tirar pellas de barro a los hijos de

las familias de ringorrango de la Ciudad Alta.

Los rapaces del arrabal nos emboscábamos en

las venelas arrinconadas y llenas de mierda, y

cuando los cuchara de plata bajaban con sus

tías a regalar caridad a alguna viuda pobre, los

cubríamos de gloria. Pero a los que más

odiaba, yo no les tiraba fango, sino peladillas

de honda. Bien que me gané mis entorchados

corriendo hasta ellos, que lloraban con una

brecha en la cabeza, para robarles una

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