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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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en su librería, terminaba por abrazar el libro

para después secarlo y reparar sus daños con

mucho mimo. Con el tiempo, dejó de protestar

y los tomaba en silencio. En tales ocasiones,

me miraba con tristeza. Yo pensaba que le

partía el alma ver cómo sus paisanos

maltrataban los libros. No sabía que, con

veladas amenazas, Armengol, a espaldas del

cura, le sacaba al librero tres cuartos de la

venta de lo expoliado. De no hacerlo así,

aludía a lo combustible de su negocio y le

recordaba la antigua crueldad de la Santa

Madre Iglesia con quien se atreve a

despojarla. En fin, que yo creía que le hacía un

regalo a mi antiguo mentor, pero no era más

que el intermediario inocente de la extorsión

del valenciano. Y es que ya sabrán vuecedes

que los caminos del Infierno se enlosan, a

veces, con buenas intenciones.

Aquel mismo año, el sesenta y ocho del siglo y

el primero de los tres de hambruna, llegó a

Coruña un cómico italiano, dueño de una

compañía de óperas bufas. Se llamaba Nicolás

Setaro. Maximiliano de la Croix, virrey de

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