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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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—No me gusta ese gesto tuyo, Santiago —se

preocupaba don Gaspar—. Determinación y

semblante frío: eso es cosa de soldados o de

asesinos.

—¿Y qué sabrá usted de soldados y asesinos

más que lo que dicen sus libros? —fue mi

respuesta, gélida y determinada.

¡Qué razón tenía el librero! No tardé en

hacerme con un gato grande y bravo, cebado

a base de ratas gordas. Lo emborraché con

gorriones, bien rellenos con miga de pan

encharcada en aguardiente. Cuando el micifuz

despertó, se encontró ensogado por el cuello.

El cordel estaba atado a un clavo largo como

los del Cristo y el clavo hundido en el suelo de

tierra de una venela. La calleja lindaba con

una tasca donde los verdugos de Lobo

apuraban jarras y le pellizcaban las nalgas y le

manoseaban las tetas a la sobrina del

tabernero, que la alquilaba de saldo.

En medio de su resaca, el gato maulló

lastimero. No hizo falta más. Drake salió de la

taberna, venteó, bufó y se vino al trote al

callejón. Diría que sonrió al darse de bruces

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