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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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como una madre, porque me regañaba; en la

segunda ronda era una amante rendida que

me calentaba y embriagaba; pero, a la de tres,

se volvía un carcelero crudelísimo que dejaba

abiertas las mazmorras más oscuras de mi

alma, aquellas en las que viven las bestias a

las que no queremos mirar. Con el tercer vaso,

yo pasaba, sin ocaso, del día a la más oscura

noche. Lástima que no pueda acolcharme

entre las nubes que su esencia produce;

hogaño lo tengo por aperitivo, aunque más lo

apreciaría como postre.

El fusilero se llamaba Sean Green, Xan para

nosotros. Junto con el uisguei y la picadura,

cargaba encima una hermosa cachimba. No

era de arcilla, como la de mi maestro, sino de

espuma de mar. Tenía pinta de ser veterana,

porque el tiempo, el humo y el calor la habían

bronceado, echando una pátina sobre el

blanco de su estreno. La boquilla recordaba a

una página del Corán, llena de muescas

ilegibles escritas no con un cálamo, sino con

los dientes. Pero lo que más me gustaba de

ella era la cazoleta, a la que se abrazaban y

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