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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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calles, habitación de los cientos que

abandonaban sus terruños encharcados, que

se habló de emplear a desterrados y reos para

dar abasto con la limpieza y el acarreo de

cuerpos.

Curas y cofrades salían en procesión para

pedir el maná del cielo, ya que no teníamos en

Coruña pan de la tierra que llevarnos a la

boca. Sobarrosarios de toda calaña llamaban al

arrepentimiento a los que pasábamos hambre,

pero no tenían compañones —que en otros

reinos llaman cojones— para clamar contra los

especuladores con y sin tonsura. Hidalgos y

monjes, ellos eran, ellos son, los dueños de las

cosechas y de los graneros a rebosar. Tales

procesiones y aspavientos —y la gazuza,

claro— me empujaron a envolverme en delirios

que me hacían ver a Dios con las manos llenas

de fuego, amenazando con castigar los

pecados de quienes, sin culpa, andábamos

famélicos.

En dichas alucinaciones, veía a San Pedro

ofrecer las llaves del Cielo a los marqueses y

abades que se beneficiaban del hambre. No

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