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EL VIENTO DE MIS VELAS--J J PICOS

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—No, mi señora. ¡Yo soy del Orzán! ¿A cuento

de qué iba a ser de Egipto?

—Pues a cuento del obelisco que cargáis entre

las piernas, mi Coloso de Tebas —me alabó la

faraona de Torenka.

—Con ese mástil, mi señoga —remató

Paulina—, segá de donde a él le plasca, pues

no habgrá nasión que no quiega sujetag en él

su bandega.

Ahí me consolé. Al primer vistazo, quizá por

ansia, confundieron el espolón con la galera

entera. Pero al poder medirla después en toda

su eslora, la broma se les volvió susto. No

hubo más palabras y, sin embargo, la boca

que yo anhelaba me habló en el bendito

idioma de los serrallos de Alá. Sus labios

anillaron con ansia mi cohombro, duro y

curvado, venoso como los entremeses que

devoran los polacos, agrios y dulces a la vez.

Cierto es que el mío no le sabría dulce al final,

pues yo participaba del españolísimo hábito,

que tanto disgustaba a Janeczka, de comerlo

todo adobado con ajo y pimentón. Aún así, la

dueña de aquella boca prodigiosa largó un

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