Edición Digital - Fundación Luis Chiozza
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112 LUIS CHIOZZA<br />
Surge el opio de una herida y suponemos que actúa farmacológicamente<br />
con parte de su estructura, o de su interioridad, restableciendo el<br />
narcisismo herido, calmando el dolor de la injuria; de ahí tal vez la intuición<br />
de Sydenham al bautizar a su láudano tomando el nombre de “laudo”,<br />
que signifi ca halago, elogio y alabanza (Krantz y Carr, 1956).<br />
De acuerdo con la mitología oriental, Buda, para poder permanecer<br />
siempre despierto, se cortó los párpados, y de ellos, caídos en la tierra,<br />
nació la planta Papaver somniferum, madre de cuyas “lágrimas” amargas<br />
–el término “lágrimas” es usado en este caso por los farmacólogos (Soler y<br />
Battle, 1951)– se constituyen los panes del opio. Gracias al opio, “el imperio<br />
chino se sumió en una especie de letargo” (Granier-Goyeux, 1968).<br />
El intento de Buda de conservar su lucidez vinculada a lo visual y de<br />
librarse de este modo del letargo y del opio –utilizamos en este caso la palabra<br />
“opio” en un sentido en que el lenguaje popular suele utilizarla, como<br />
sinónimo del aburrimiento– nos permite reconocer la naturaleza intrínseca<br />
del letargo y su relación con lo visual-ideal (<strong>Chiozza</strong>, 1970a), simbolizada<br />
por el superyoico “ojo de Dios” que siempre vigila y nunca duerme.<br />
La conexión entre el opio y estos contenidos ideales, a la vez valiosos<br />
y temibles por la posibilidad de su efecto destructor sobre el yo, queda<br />
dramáticamente expresada en la famosa frase: “La religión es el opio de<br />
los pueblos”. Deducimos entonces que en la estructura del opio, o en la<br />
de sus alcaloides principales, “existe”, de manera pre-formada, letargo. El<br />
que consume opio está creando en una transformación de la “doble” interioridad,<br />
“artifi cialmente” provocada, al menos una parte de ese fenómeno<br />
que denominamos letargo. Uno de los núcleos contenidos en el opio, la<br />
bencilisoquinolina, confi gura un antecesor común entre estos alcaloides y<br />
la tubocurarina (Litter, 1966, pág. 330). Los efectos de esta última sobre<br />
el funcionamiento muscular recuerdan al torpor –lengua de madera– que<br />
describe Cesio (1960a y 1960b) en el letargo, y quedan de este modo asociados<br />
a lo expresado por Litchwitz (1945, pág. 578), quien sostiene, avalado<br />
por distintas experiencias, que en los procesos de destrucción hepática<br />
los sistemas de desintoxicación toman rumbos distintos de los habituales<br />
creando nuevos compuestos, como por ejemplo la gamabutirobetaína, que<br />
tiene un efecto semejante al curare.<br />
Si entendemos que el ocio –etimológicamente opuesto a negocio y a<br />
guerra (Ernout y Meillet, 1959)– constituye un agradable vagar de la fantasía,<br />
y un recrearse con los objetos, que emana de un eutónico funcionamiento<br />
psicocorpóreo –que podemos describir como una adecuada y armónica<br />
distancia entre un superyó visual-ideal, instintivo, representante del<br />
ello, y un yo con una adecuada capacidad “hepática” de materialización–,