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Edición Digital - Fundación Luis Chiozza

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OBRAS COMPLETAS TOMO III 201<br />

el desarrollo que venimos realizando, el envidiar debería incluir un modo de<br />

funcionamiento “mental”, en principio normal, que consiste en desmenuzar<br />

o analizar un objeto “afuera”, o sea antes de incorporarlo.<br />

Según esta formulación, la envidia, además de constituir un sentimiento<br />

y también un impulso, como ha sido expresamente señalado por Freud<br />

(1919h*, pág. 239) y Klein (1957a), adquiere la fuerza de una acción o<br />

mecanismo del yo: el envidiar. Este planteamiento teórico queda también<br />

apoyado en la misma existencia del verbo “envidiar”, que como todo verbo<br />

transitivo supone la realización de una acción sobre objetos 43 .<br />

El aspecto proyectivo de este mecanismo de digestión envidiosa correspondería<br />

a la persistencia y utilización “psicológica” de la digestión<br />

externa, actividad correspondiente a una “antigua forma del yo” que, encerrada<br />

en el ello, adquiere una nueva vida, tal como lo ha previsto Freud<br />

(1923b) 44 y cuya justifi cación podemos encontrarla en la necesidad y el<br />

deseo de incorporar al objeto idealizado, que se teme incorporar intacto<br />

por su contenido persecutorio.<br />

Parece conveniente mantener el nombre de envidia para el aspecto<br />

sano de aquello que se ha descripto como un impulso destructivo perjudicial,<br />

por dos motivos:<br />

43 Uniendo las consideraciones presentes con algunas conclusiones extraídas de la<br />

experiencia clínica (<strong>Chiozza</strong>, 1998a [1963-1984]) y de la relación de los trastornos<br />

hepáticos con el asco, el letargo y la náusea, pensamos que el envidiar, como<br />

mecanismo, incluye un caso particular de identifi cación proyectiva entre cuyas<br />

cualidades (o fi nes), la más específi ca consiste en provocar en el otro un tipo de<br />

frustración que se experimenta (por ejemplo) frente al paciente (contratransferencia)<br />

y puede ser verbalizada como amargura (hiel). El grado más sutil de esta<br />

amargura es una “pérdida del gusto” por el trabajo o el momento en que se vive,<br />

y en su grado más intenso confi gura una vivencia de envenenamiento, fastidio,<br />

hastío, aburrimiento y letargo (la náusea). Este sentimiento provocado por la acción<br />

envidiosa del paciente correspondería, como producto de la identifi cación del<br />

analista con lo transferido por el propio paciente, a otro aspecto de este último que<br />

está “más allá” de la envidia, y constituye un fracaso en la capacidad de envidiar.<br />

Ese fracaso en la capacidad de envidiar, que equivale a la envidia coartada en su<br />

fi n, más la vuelta de la envidia sobre el propio organismo, constituye la esencia<br />

del tormento hepático que sufre Prometeo, quien “se ha sorbido las lágrimas y ha<br />

devorado su hiel” (Saint-Victor, 1880-1884, pág. 32). En las vicisitudes de ese<br />

mecanismo intervienen otras fantasías hepáticas que hemos estudiado en relación<br />

con la función del parénquima hepático (hepatoglandulares), íntimamente vinculadas<br />

con el letargo y el asco (<strong>Chiozza</strong>, 1970n [1968]).<br />

44 Encontramos este mismo tipo de pensamiento en la afi rmación freudiana de que<br />

el erotismo anal posee una “zona erógena que corresponde a la antigua cloaca<br />

indiferenciada” (Freud, 1913i, pág. 992).

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